4 abr 2008
en el piso
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Sonríe a desconocidos. Transeúnte mareado por el alto contenido etílico de la sociedad que patea el banquito cuando el frío lo ahorca.
Milagro de ojos tristes y vestimenta mal trecha por donde se escapan las aventuras recorridas por los albores de la imaginación, disfrazando la realidad de manos gastadas y suelas finitas.
Rostro de documental que nunca aparecerá en los créditos, salvo que un deudor incobrable de su conciencia le regale un alfajor a cambio de un nombre que seguramente será inventado.
Porque un nombre no lo hace hombre de honor, porque el honor ya no cotiza en la bolsa, porque el honor es un sentimiento, y los sentimientos no se canjean por una frazada y un piso de material que no haya sido transitado por cadetes inertes que corren contra el reloj y los bancos.
Y en medio de la calle que tiene olor a tango saliendo de vidrieras atestadas de ofertas en todos los idiomas, él descansa, con su pelo gris contaminado de ignorancia, porque la ignorancia se pega en el pelo, y sus bolsas rotas llenas de cosas que sólo él sabe si es que sabe, si es que recuerda, si es que quiere recordar algo, porque esa enfermedad de los recuerdos le trae efectos secundarios que atacan directamente su sistema cardiaco- no físico, y eso le duele, más que la ignorancia pegada en el pelo.
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