22 ago 2009

perfume.


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Compra todos los días mandarinas en la esquina de la oficina en la que trabaja, las guarda cuidadosamente en su mochila, sin olvidar envolverlas previamente con el papel del diario que le regalan en el subte a la mañana cuando todavía no se termina de despabilar y va escuchando música, entre dormido, en su mundo de videoclip lento.


El perfume trata de escaparse por las costuras y los dientes del cierre metálico.
Pero pocas veces lo logra.


Ya entrada la tarde a la hora en que el cielo comienza a teñirse de colores anaranjados y rojizos, llegará a su casa, se dirigirá en su balcón de azaleas y jazmines recién nacidos, y pelara todas las mandarinas desparramando las cáscaras frescas a su alrededor.
Para sentarse en su sillón de mimbre y almohadón verde a sentir la mezcla de perfumes, durante la media hora que religiosamente le dedica.



Y aunque casi nadie conozca el ritual, casi todos aseguran que no la olvido.



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