10 may 2008
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Desesperación, inquietud, impotencia ante la falta de un recurso indispensable para la supervivencia del ser humano.
Ya la familia Ingalls quedo enterrada bajo los escombros de lo que alguna vez fue la utopía de la vida ideal, cuando aún el cuerpo sólo se conformaba con sentir y servirse del mundo mediante esos rudimentarios cinco sentidos innatos a cualquiera; donde el diálogo obligaba a comprometerse más aún con las propias palabras debido a la necesaria relación presencial entre un emisor y un receptor tan activo uno con otro; en donde la mirada o evasión de la misma era la firma clausural de ese contrato sólido.
Momentos en los cuales las manos se contactaban explícitamente con lo que la tierra proveía, sin ser escudadas y marcando con llagas las herramientas habituales.
Desesperación, inquietud, impotencia se siente cuando quedamos desnudos ante objetos muertos, prótesis inútiles cuando un eslabón rompe la cadena. Y así, un monitor gris nos anula la vista quedando la ventana a la realidad cubierta de una cortina inamovible. Y así nuestro contacto no corpóreo con los individuos miembros de un clan repleto de no disponibles, ausentes, conectados o no; queda vedado bajo circunstancias superiores, dejándonos solos en el mundo con nosotros mismos, quizá mas acompañados que nunca, quizás como siempre sólo que ahora tomamos conciencia.
Y aquí estamos tecnológico-dependientes sufriendo el síndrome de abstinencia más violento de todos. Únicamente quedan rústicos utensillos como la birome que hoy me permite fijar pensamientos fluidos que escaparían de no ser encerrados en un papel creado por máquinas que reemplazan manos.
Y agobiados por el calor nuestros sentidos atrofiados son obligados a emprender un largo camino de redescubrimiento de capacidades, y apagándose los sonidos armoniosamente ordenados aparecen otros, y así nuestros oídos recién nacidos escuchan por primera vez el ferviente ruido del imperceptible viento enredándose en alguna cabellera frondosa. Dejándo nuestras huellas digitales de golpear teclas para bailar dejando garabatos impresos.
Será que todo avance no necesariamente trae consigo un verdadero progreso, y a medida que las velocidades se agrandan y la necesidad de acortar los lapsos entre orden-respuesta se hace más frenética, los desechos van siendo expulsados a un costado y con ellos detalles que ornamentan la vida vistiéndola de fiesta para quien realmente sabe apreciarla.
Quizás aún se encuentren latentes, pero la desintoxicación gradual debe comenzar algún día y para eso una mariposa debe cachetearnos, una rosa clavar su puñal, un pájaro aturdirnos, o la luz eléctrica morir por un día.
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