Al fin y al cabo somos un conglomerado de espacios vacíos, viviendo todos en este conventillo que es el cuerpo.
Vacío existencial.
Vacío en el alma, el espíritu, en la fé o sus derivados incorpóreos
Vacío estomacal,
Vacíos, lisa y llanamente, vacíos.
Agujeros negros sin fondo en los que vertir ofertas, libros. palabras de aliento mas perecederas que un churrasco en el sol a las tres de la tarde,
llenándose de moscas, aves de carroñeras,
volátiles.
Espacios vacíos y contracturados, que se llenan muy eventualmente con pan mojado en leche, y algún que otro producto con fecha de vencimiento a corto plazo, sobre la base de esa lata abollada por las patadas de furia de quien no se resigna ni ésta, ni ninguna mañana. Obligándose al consumo inmediato de esos saborizantes artificiales que lejos están de devolver el dulzor original.
Y cada mañana vuelve a patear la lata, la calle, siempre las mismas calles, y vuelve a patear esa misma realidad de espacios huecos en la que caer de trompa.
Seres inconclusos vagando en pistas musicales y consumiendo formatos cada ves más diminutos. como si con eso pudieran reducir también esos cráteres en el pecho, vidrieras atestadas de promesas para llenar estantes de mediocridad que mañana pasarán de moda.