22 feb 2009
lluvia.
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Pero ese día Constitución era otra cosa, los agujeros gigantes en el techo siempre me habían despertado el más profundo de los odios, cóctel perfecto a la hora de combinarse con la indignación del pequeño, diminuto, patriota viviendo en mi conciencia culturalizada y la fatiga que provoca el peso en los párpados de quien recién se despierta. Ese día llovía, también llovía, y las gotas eran más gruesas que nunca, cayendo a baldazos de ese cielo que no encontraba obstáculo hasta llegar al suelo, salvo por los transeúntes que vertiginosamente salían de los vagones hacia un techo no roido, abriendo, desplegando, comprando paraguas que se clavaban de cuando en vez en algún ojo distraído, o alguna melena arquitectónicamente arreglada.
Pero ese día, las gotas caían lentamente, y se iban tornando redondas y brillantes antes de romperse, y alfombrar el cemento gastado y sucio, era otra cosa, no era la lluvia que anuncia el pronóstico, ese día no molestaba que se me empape el pelo, haber salido en ojotas y vestidito floreado, ese día tenía banda de sonido, esa canción que no conoces, porque sólo es de banda de sonido, de fondo, difícil de rotular. Los ruidos humanos se habían silenciado.
Ese día era película, era escenografía, era saberme inmersa en un guión aún no escrito, lleno de personajes secundarios, de ambientaciones, de voces en off a las que desobedecer.
Y ya no eran chapas oxidadas y rotas las que coronaban el despertar de ese día sin estrenar, eran multiplicidades de oportunidades, de ganas sobre todo de no recorrer siempre el mismo escenario, porque a éste ya le encontré un poco de la escencia escondida, y si ese día hasta Constitución, era otra cosa, cualquier cosa puede ser algo mejor, y si los suelos son siempre los mismos la rutina se hace taper, sin ventanas. Y no.
Pero ese día Constitución era otra cosa, los agujeros gigantes en el techo siempre me habían despertado el más profundo de los odios, cóctel perfecto a la hora de combinarse con la indignación del pequeño, diminuto, patriota viviendo en mi conciencia culturalizada y la fatiga que provoca el peso en los párpados de quien recién se despierta. Ese día llovía, también llovía, y las gotas eran más gruesas que nunca, cayendo a baldazos de ese cielo que no encontraba obstáculo hasta llegar al suelo, salvo por los transeúntes que vertiginosamente salían de los vagones hacia un techo no roido, abriendo, desplegando, comprando paraguas que se clavaban de cuando en vez en algún ojo distraído, o alguna melena arquitectónicamente arreglada.
Pero ese día, las gotas caían lentamente, y se iban tornando redondas y brillantes antes de romperse, y alfombrar el cemento gastado y sucio, era otra cosa, no era la lluvia que anuncia el pronóstico, ese día no molestaba que se me empape el pelo, haber salido en ojotas y vestidito floreado, ese día tenía banda de sonido, esa canción que no conoces, porque sólo es de banda de sonido, de fondo, difícil de rotular. Los ruidos humanos se habían silenciado.
Ese día era película, era escenografía, era saberme inmersa en un guión aún no escrito, lleno de personajes secundarios, de ambientaciones, de voces en off a las que desobedecer.
Y ya no eran chapas oxidadas y rotas las que coronaban el despertar de ese día sin estrenar, eran multiplicidades de oportunidades, de ganas sobre todo de no recorrer siempre el mismo escenario, porque a éste ya le encontré un poco de la escencia escondida, y si ese día hasta Constitución, era otra cosa, cualquier cosa puede ser algo mejor, y si los suelos son siempre los mismos la rutina se hace taper, sin ventanas. Y no.
Nuevas lluvias esperan.
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