6 nov 2008

paranoia


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Recuerdo de manera nítida cada detalle de aquel día, era martes, el trabajo atrasado era una mochila que debía dejar atrás y esa mañana me propuse hacerlo.La idea de trasladar la oficina a casa no terminaba de convencerme, el caos de papeles, carpetas, libros y mas papeles ya había superado los límites estipulados para mi zona de trabajo. Aunque debo admitir que de a poco fui encontrando mi propia armonía dentro de ese habitual desorden, trabajaba, comía y más de una vez dormía en aquel sucucho.Ese día, mientras preparaba el café que de manera habitual componía mi nutritivo desayuno, escuche sonar el teléfono irrumpiendo violentamente el silencio imperante, era demasiado temprano para que alguno de los integrantes de mi poco numerosa familia me llamara.

Mientras caminaba por el pasillo en mi mente se iban proponiendo y desechando vertiginosamente una multitud de hipótesis posibles; al llegar a mi oficina el teléfono ya había sonado tres veces; y cinco veces mas hasta que, luego de revolver y tirar varias cosas al suelo en la búsqueda, lo encontré detrás de la computadora y debajo de varios papeles que lo cubrían por completo. Al levantar el tubo, sentí un escalofrío que me congeló hasta el último de mis huesos, escuché ese siniestro sonido, había tono, ya era tarde.

Ya de regreso a la cocina, para retomar la preparación de la infusión que había quedado pendiente, una sensación extraña comenzó a recorrer cada uno de mis, hasta ese momento seguros, pensamientos. Presentía que alguien me observaba, quizás desde el cuadro del anciano, quizás el anciano del cuadro. Una vez en la cocina no me anime ni a probar el café, era probable, que un complot en mi contra hubiera utilizado el teléfono sólo para distraerme, y así poder envenenar de manera estratégica mi desayuno.Sentí al enemigo reírse de mí cuando vislumbré que una cucaracha se escabullía rápidamente en el profundo túnel que se escondía tras la apariencia de una inofensiva rejilla, esa salida estaba bloqueada.

De alguna manera debía escapar, pero el vivir en el décimo piso me limitaba sólo a una opción, salir por la puerta, cosa extremadamente peligrosa, todo menos caer en manos enemigas; el suicidio era la única alternativa visible, pero mis principios se oponían a esa idea.Todo acabó de golpe, como una bomba, el agudo sonido del timbre junto al terror que se había apoderado de mí me hicieron retroceder, sabía que me venían a buscar, ese era mi final. Tropecé con un objeto, luego llegó el golpe seco en la nuca. El teléfono fue lo último que logré grabar en mi retina, estaba en el piso, detrás de mi, inmóvil, siniestramente inmóvil.
















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