30 ene 2010

regresivo

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El abrigo gris aun estaba húmedo por la llovizna finita que desde hacia una hora atrás lo había abandonado en la mitad del paseo por el parque central. Yacía recién doblado sobre el respaldo de la silla de cuero marrón partido, los guantes sufrieron el cambio climático al aproximar sus manos al fuego del hogar en donde cada vez los leños eran más pequeños.
Todo se consumían lentamente, la humedad del abrigo, el frio de las manos, los leños, su tiempo.
Poco a poco se acercaba la hora final, la hora de la parálisis corporal eterna, los llantos de quienes lo querían, de sus hermanos, de la mujer que le seguía a la que actualmente lo acompañaba, de quien seguramente serian sus compañeros de trabajo en ese momento, la tristeza en los ojos del perro de turno, seguramente alguna raza de cara dramática y ojos caídos.

El agua ya hervía en la hornalla casi desnuda, esta vez decidió elegir el saquito de té de menta peperina, lo acostó prolijamente en su taza verde, y vertió el agua burbujeante hasta el tope; una cucharada al ras de azúcar bien blanca. Se dispuso a acomodarse junto a la ventana que daba al parque, y desde ese lugar mirando fijamente el nido fabricado en una rama flaca, ingirió muy lentamente la infusión, dejando que el reloj golpeara su nuca casi imperceptiblemente.


Y así poco a poco siguió vaciándose su vida de minutos, la cuenta regresiva pasando sin que pase nada, hasta llegar a un final inevitable, mientras dormía, tranquilo, cincuenta años después con la mano arrugada de su compañera sobre su mano arrugada.




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